Seguía mirando por la ventana esperando el regreso de la policía.
No sabía que hacer - ¿Qué hago?, ¡por Dios, dame una idea! – pensaba desesperado.
Hacía poco más de un par de horas que se habían marchado el comisario García y su ayudante Comosellame, un gordito con cara de no enterarse de nada. Subieron al coche de manera inesperada después de recibir una llamada que, a juzgar por la cara del inspector, debía ser urgente e inoportuna. Mencionaron que volverían en un par de horas para hacerle algunas preguntas más.
Dudaba. Pensaba que tenía que haber sido más teatral con ellos y haber mostrado más inquietud por la desaparición de su mujer. Tenía la convicción de que en su situación lo mejor era comportarse con naturalidad aunque estaba claro que ser natural era un poco peligroso. La verdad era que estaba extremadamente contento, exultante ante la idea de haber perdido de vista a su mujer. Levantó los ojos y echó un vistazo al perro que lo vigilaba atentamente desde su refugio acurrucado al fondo del jardín a la sombra de un rosal. Miró el reloj. Quedaban dos horas para el partido.
Necesitaba inspiración y una copa. Fue a buscar hielo y lo que quedaba de la botella de ron añejo que había abierto hacía un par de días. Con el vaso helado en la mano se tumbó a la sombra del tilo sobre una hamaca amarilla que había odiado desde el primer día. Aquella maldita hamaca. Recordaba la tarde en que llegó de su trabajo y encontró a su mujer tumbada en traje de baño y gafas de sol años sesenta bronceando su pálida piel al sol de los últimos días de junio. Estaba dormida y su piel cubierta de aceite bronceador reflejaba los rayos de sol proporcionándole un aspecto irreal que indudablemente evocaba a una rubia de película californiana. Tenía puestos los pequeños auriculares con el cable blanco que zigzagueaba entre sus pechos y cruzaba por encima de su vientre introduciéndose en un minúsculo aparatito que debía haber posado sobre su muslo pero que visiblemente había resbalado hasta alojarse en su entrepierna. Respiraba despacio, relajada y su pecho subía y bajaba lentamente marcando un ritmo que a sus ojos parecía de lo más sensual. Se quedó un minuto mirando la hermosa figura cubierta con los pocos centímetros de tela del minúsculo bikini y dando rienda suelta a sus fantasías masculinas. Una sonrisa se dibujaba en su cara mientras, sin quitar ojo a cada curva del cuerpo, iba repasando en su cabeza la película de todo lo que quería hacerle a ese apetecible cuerpo que se exhibía bajo su mirada. Junto a ella descansaba una botella de agua calentándose poco a poco al sol. Había conducido más de dos horas con las ventanillas bajadas intentado compensar más mal que bien el aire acondicionado que se había estropeado en el momento más inoportuno. Estaba empapado de sudor. Por un instante el calor y la sed le hicieron dirigir su atención a la botella. Se inclinó para cogerla al mismo tiempo que sus ojos volvieron a posarse en aquellos pechos que ahora quedaban a escasos centímetros de su cara. De manera natural acercó los labios hacia el manjar que tenía tan cerca y abriendo la boca se quedo inmóvil al escuchar la voz cortante que tan bien conocía.
- Apestas, ¡que asco! No me toques.
Sobresaltado, se irguió rápidamente haciendo crujir el plástico de la botella en sus dedos crispados y apretando los dientes en un intento de contener la rabia que lo invadía y le quemaba por dentro. En ese momento el caniche de su mujer se acercó a su ama y comenzó lamerle los dedos de los pies haciéndola reír por las cosquillas.
- Ven aquí mi chiquitín. ¿Quieres jugar con mamá?
- Siiii, acércate chiquitín. Acércate… - se decía en su cabeza mientras canalizaba toda la rabia en su zurda, esa que tan bien le había servido para despejar balones jugando de defensa en el equipo de fútbol de su pueblo.
No se hizo esperar. ¡Boooooom!.
Sintió como en una décima de segundo toda la ira acumulada se tornaba en satisfacción viendo al chucho describir una curva perfecta por los aires para ir a aterrizar, el hocico por delante, sobre las baldosas que cubrían la terraza. Entre aullidos y alaridos salió corriendo como rebotado a velocidad de vértigo para esconderse al fondo del jardín bajo los rosales que delimitaban la propiedad.
Los gritos de terror y las lágrimas de su mujer iban a la par de los del pobre chucho, pero él no se quedó allí para escuchar los insultos, reproches y amenazas que salían atropelladamente de su boca. Giró sobre sus talones dirigiéndose hacia la casa con una sensación de triunfo mientras iba pensando – ¡Que se joda esa zorra y su puto perro!
Entró por la puerta de la cocina y abrió una cerveza bien fría para calmar la sed y el calor agobiante.
- ¿Cómo esta mi Fresita? ¿te duele mucho? Te lo juro, ese animal nos las va a pagar. – sabedora que su marido la seguía escuchando, alzó la voz una vez más para gritar entre lágrimas y rabia desmedida- ¡Un día de estos Fresita y yo te lo haremos pagar! ¡Un monstruo, eso es lo que eres!
- ¡Válgame Dios! Fresita. ¿quién podría elegir un nombre más estúpido para un perro?
Con tranquilidad, miró a la pared frente a él donde estaban presentados los cuchillos de cocina. Sintió una mezcla de placer y excitación en los largos segundos que tomó para elegir cual de ellos sería más eficaz.
¡Ring,ring! Abrió los ojos sobresaltado. Seguro que eran el inspector y su ayudante llamando de lo otro lado de la verja.
- Bueno pues ya estamos aquí otra vez. Espero que nos disculpe por las molestias. Solo me queda hacerle unas pocas preguntas más y lo dejamos tranquilo. Cuando nos llega una denuncia ….
- Tiene usted un perro precioso – lo interrumpió Suárez - Me encantan los caniches. ¿cómo se llama?
García no pudo contenerse y le echó una mirada fulminante a su nuevo compañero aunque este no se percató de nada porque estaba de espaldas a ellos mirando a un perrito con aire triste que descansaba a la sombra de unos rosales en flor.
Se sentía incomodo porque el hombre seguramente había notado su mirada de desapruebo hacia Suárez. Veía como un castigo el que le hubieran endosado a un tipo como Suárez. Era un incompetente.
- Se llama Fresita. Es el perro de mi mujer.
- ¡Fresita ¡ ¡Hola Fresita! – Suárez ya estaba llamando al perro y desentendiéndose de todo lo demás.
El comisario carraspeo un poco y continuó – Como le iba diciendo, cuando nos llega una denuncia de desaparición como la que han hecho sus suegros, estamos obligados a hacer unas cuantas preguntas. No nos va a tomar mucho más de su tiempo.
- Lo comprendo. No se preocupe. Haga las preguntas que quiera. Mientras acabemos antes del partido de esta noche ...
Estaba claro que los suegros de este tipo debían tener buenas influencias para que el jefe lo mandara a él, un comisario de la brigada criminal, a esclarecer la desaparición de la hija cuando habían pasado tan pocos días y además teniendo en cuenta que no había nada que indicara que había algo de criminal en la desaparición. Era aun más estúpido considerando que la joven en cuestión se había fugado al menos un par de veces en su adolescencia.
Sintió un poco de compasión por aquel hombre de ojos tristes abandonado por su mujer que tenía frente a él. Estaba claro que los tipos vulgares como aquel o como él mismo no debían exponerse a casarse con mujeres tan exuberantes e imponentes como la de la foto que llevaba entre las páginas de su libreta sin exponerse a un enorme par de cuernos o a quedarse solo de la noche a la mañana como a todas luces le había pasado a este pobre individuo.
- No se preocupe que esta noche vemos el partido tranquilamente. Es cuestión de unos minutos.
- ¡Vamos Fresita! ¡Vamos precioso, ven aquí! – seguía obstinado el imbécil.
Tenía ganas de acabar con todo este sinsentido y marcharse a casa con su mujer que ciertamente no era una belleza pero que cocinaba como nadie. Seguro que le dejaría ver el partido tranquilamente en su sillón y con un poco de suerte hasta le serviría una cerveza y le prepararía una tapa.
Haciendo una pausa, García bajó la mirada a su cuaderno que sujetaba con la mano derecha – A ver ¿dónde estábamos? Uhm, ah sí. Según nos ha contado usted, encontró la nota de despedida de su mujer el martes al volver del trabajo. También nos ha dicho que habían tenido una pelea por la mañana antes de marcharse. ¿Podría decirme por qué motivo se habían peleado ustedes?
Era la primera pregunta realmente personal y el comisario atisbó cierta turbación en los ojos de aquel hombre. Pero no tuvo tiempo de responder a su pregunta porque cuando abrió la boca, Suárez los interrumpió de nuevo.
Se había alejado unos pasos hacia el perro y lo llamaba - ¡Fresiiiita!, ven aquí.
¡Vamos pequeño ven a aquí! ¡Vamos Fresita ven conmigo!
-Es un poco extraño que su mujer no se haya llevado al perro, ¿no le parece? – comentó ágilmente García retomando el hilo de la conversación. Volvió a percibir un poco de inquietud en la cara de aquel hombre. Empezaba a sentir que quizás esta banal historia de mujer fugada y hombre abandonado podía esconder algo más serio.
La mirada del hombre se posó de nuevo en los ojos de García. Tras un segundo de hesitación su expresión cambió y ganó en firmeza.
- Tengo que ser sincero con usted. – hizo una pausa y respiró hondo antes de continuar - No me gusta ese jodido perro y nunca me ha gustado. Me jode que mi mujer me lo haya dejado. Llevo toda la semana intentando atraparlo y le juro que cuando le eche el guante lo voy a llevar a la perrera o mejor le voy a dar un puntapié y lo voy a echar a la carretera a ver si lo atropella un coche de una vez y me quedo tranquilo.
Hizo una pausa para tomar un poco de aire y continuó. – El martes por la mañana me peleé con mi mujer porque no me había planchado ninguna camisa y no tenía nada que ponerme para ir a trabajar. Pero no le engaño, el lunes, como casi todos los días, también nos peleamos al volver del trabajo por culpa de ese estúpido perro que se había meado en el coche.
- ¡Vamos pequeño! ¡Ven a jugar! – oía la voz de Suárez junto a los rosales.
- Para ser sincero – continuaba ganando seguridad en su voz a cada palabra que añadía – me alegra que la arpía de mi mujer se haya marchado y estoy mucho mejor sin ella. Desde el martes por la tarde que no la veo me siento de vacaciones y espero que se pierda por ahí y no vuelva.
Suárez, que se había dado por vencido con el chucho, seguía atentamente las palabras de aquel individuo con la boca abierta y un aire de no comprender nada.
- No me importa donde esté ni con quien esté y a mis suegros les pueden dar por culo.
La franqueza de aquel tipo hacía mella en el comisario. Sentía que aquel pobre diablo por fin mostraba su verdadera cara. Era indudablemente sincero y, como ya sospechaba, no era más que un cornudo abandonado completamente inofensivo. Por fin podría cerrar su cuaderno y marcharse a casa.
- ¡ Anda, tú por aquí! – volvió a interrumpir el insufrible de Suárez.
El caniche se aproximaba a los tres hombres a paso ligero. Se detuvo en medio de ellos dejando sobre las baldosas un objeto que llevaba en la boca. Levantó la cabeza mostrando su rosada lengua. Una mano de uñas largas y esmaltadas con finos dedos de mujer descansaba a sus pies. Le faltaba el dedo meñique.
- ¡Joder! – exclamo García. – Creo que hoy usted yo nos vamos a quedar sin partido de fútbol.